viernes, 4 de septiembre de 2015

Arenas de Bodrum

La libertad no son las arenas de Bodrum.
En un pueblo de España, una noche de principios de septiembre, me siento en el porche de mi casa y enciendo el ordenador. No se escucha nada, solo el roncar de mis perras que, sentadas a mis pies, duermen apaciblemente cambiando de postura cada vez que algún ruido de la noche interrumpe sus sueños.
Mi hijo de tres años duerme en el interior de la casa junto a su madre, que se ha quedado dormida leyéndole un cuento, como tantas noches, con la idea de que termine el día soñando con caballeros, piratas, mosqueteros y dragones.
A miles de kilómetros, en una playa llamada Bodrum y de la que nunca oí nombrar, las olas poco a poco van devolviendo a la orilla objetos que no debían estar en el mar. Una mochila con ropa, una botella de agua, una cazadora, un zapato…
Esa misma mañana, un hombre con uniforme, en esa misma playa, llevaba en brazos el cuerpo sin vida de un niño que nunca llegó a conocer, un niño como mi hijo. Se llamaba Ahmad, y aunque ignoro su verdadero nombre, necesito llamarlo así para que sea aún más real y homenajearlo de forma que no quede en el olvido.
Ojalá esa estremecedora fotografía nunca se hubiese tomado, porque ni el horror de su significado puede detener lo que la barbarie ha hecho de Bodrum, el último lecho de esta vida inocente.
Ojalá pudiese tener el poder de retocar esa fotografía y con ello su realidad, cambiándola por un padre que lleva a su hijo en brazos mientras sale del mar y lo pone a salvo, transmitiéndole tranquilidad y ahuyentando su miedo, depositándolo sobre la arena seca para que sus ropas no se humedezcan.
Como tantas veces hemos leído en los innumerables titulares, la de Ahmad es la imagen del horror de una guerra, del afán de encontrar un sitio en este mundo donde no se sienta miedo, en el que no se oigan el sonido de las bombas ni de los disparos, en que se pueda vivir a salvo de la barbarie y de la sinrazón de unos que para imponer no sé qué creencias, someten a otros mediante las armas y el horror.
Hoy las olas abrazaron a Ahmad y lo mecieron por última vez dejándolo sobre la arena fría de la playa de Bodrum para que los humanos lo encontraran y sintieran la vergüenza de la sinrazón de las guerras las muertes de seres tan indefensos e inocentes como la de este niño.
Al terminar estas líneas iré donde duerme mi hijo y le daré un beso en tu nombre, Ahmad. Descansa ahora en esa paz que en vida te negaron.

J.K.


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