sábado, 12 de septiembre de 2015

El feminismo no pretende




    El feminismo no pretende establecer un sistema hegemónico en el que solo las mujeres tendrían potestad. No pretende tomar a los hombres como moneda de cambio en caso de guerra, ni permitir sus violaciones. Tampoco intenta utilizarlos como cara principal del tráfico sexual, ni mutilar sus partes porque una “tradición cultural” los considere sucios. Igualmente, no pretendemos justificar que se les mate por celos en caso de adulterio.

    Las feministas no queremos negar a los hombres su derecho al voto, ni impedir que lleguen a las cúpulas mundiales del poder político y económico. No asumimos que, año tras año, las estadísticas nos arrojen que los hombres son menos considerados en el mundo laboral; ni tampoco que sean recluidos a la esfera doméstica tras ser padres.


   No queremos traficar con vuestros cuerpos para nuestro disfrute, ni someteros a la presión constante de tener que ser perfectos. No toleramos el hecho de que absolutamente todo el material publicitario y social que nos rodea esté pensado para la mujer heterosexual, y tampoco os llamamos machinazis cuando intentáis denunciarlo.


   Ni mucho menos aceptamos una lacra social globalizada que os mata por el solo hecho de ser hombres, ni banalizamos el hecho de que cada día mueren cientos, sino miles, de hombres por esta lacra. 

Tampoco salimos con el “y tú más”, porque sabemos que este es un problema que nos afecta a todos y todas. No frivolizamos con el hecho de que esos asesinatos no se produzcan por poder, ni por dinero, si no por llevar al extremo unos roles que vienen de fábrica. Eso sería alevosía.

   Bajo ningún concepto queremos ordenaros como vestir, pensar, actuar, hablar…según nuestros gustos históricamente andróginos. 


 Tampoco queremos ordenaros cargar con todo el peso sentimental de una relación de amistad, de pareja… ni abrumaros con todas las responsabilidades que conlleva llevar un hogar sin daros la opción de compartir esas responsabilidades.
 

  Y desde luego, no queremos seres criados para ser etéreos, frágiles, sobrecargados con todo el peso que los roles de género os asignan.
 

   Tengan claro que de ninguna manera nosotras las feministas aceptaríamos estas premisas. La cuestión es… ¿por qué la aceptan ustedes los hombres? 


                                                                                        Foeminist

sábado, 5 de septiembre de 2015

LA MÁQUINA DE PENSAR

     


     Aunque nos parezca extraño, lo que distingue a los seres humanos – no a todos, es cierto- del resto de la fauna es la capacidad de pensar. Pero al Sistema le conviene que el elector conserve esa capacidad en modo desconectado.

     Ha llegado a ser más relevante mostrar que un chimpancé puede aprender a comunicarse con los humanos que contribuir a que éstos puedan comunicarse entre sí.

    Hojeando las distintas leyes de educación –el singular no es arbitrario sino indicativo de su nula singularidad- de los variopintos partidos políticos –en esencia muy parecidos- cuyo modelo más esperpéntico es, precisamente, la última promulgada, la LOMCE, uno llega a la conclusión –he tenido que reflexionar para llegar a esta conclusión, pido disculpas- de que no se pretende formar a personas que entiendan el mundo en el que viven, sino sólo “fabricar” electores que no sean capaces de valorar el incumplimiento de promesas, la demagogia ni algo ya tan asumido en la idiosincrasia de este país, como la corrupción.

    El Sistema suele preparar sus estrategias con tal maestría que, cuando me sorprendo contemplando una puesta de sol mientras recupero algún instante en que rocé la Belleza o reflexiono unos minutos, intentando digerir alguna noticia que resulta inaudita, o me detengo a analizar la jornada transcurrida, reflexionando para aprender de lo acontecido, me asalta desde mi subconsciente un sentimiento turbio de que estoy holgazaneando, que lo que hago no es productivo para el Gran Hermano.

    Es éste, por tanto, el penúltimo intento de cercenar nuestra libertad, como se está haciendo poco a poco, crear una mala conciencia que impida la libertad de pensamiento.

    Ese día será el principio del fin. Menos mal que el aire llega perfumado con las briznas del Cambio.

 José Luis Nogales Delgado

viernes, 4 de septiembre de 2015

Arenas de Bodrum

La libertad no son las arenas de Bodrum.
En un pueblo de España, una noche de principios de septiembre, me siento en el porche de mi casa y enciendo el ordenador. No se escucha nada, solo el roncar de mis perras que, sentadas a mis pies, duermen apaciblemente cambiando de postura cada vez que algún ruido de la noche interrumpe sus sueños.
Mi hijo de tres años duerme en el interior de la casa junto a su madre, que se ha quedado dormida leyéndole un cuento, como tantas noches, con la idea de que termine el día soñando con caballeros, piratas, mosqueteros y dragones.
A miles de kilómetros, en una playa llamada Bodrum y de la que nunca oí nombrar, las olas poco a poco van devolviendo a la orilla objetos que no debían estar en el mar. Una mochila con ropa, una botella de agua, una cazadora, un zapato…
Esa misma mañana, un hombre con uniforme, en esa misma playa, llevaba en brazos el cuerpo sin vida de un niño que nunca llegó a conocer, un niño como mi hijo. Se llamaba Ahmad, y aunque ignoro su verdadero nombre, necesito llamarlo así para que sea aún más real y homenajearlo de forma que no quede en el olvido.
Ojalá esa estremecedora fotografía nunca se hubiese tomado, porque ni el horror de su significado puede detener lo que la barbarie ha hecho de Bodrum, el último lecho de esta vida inocente.
Ojalá pudiese tener el poder de retocar esa fotografía y con ello su realidad, cambiándola por un padre que lleva a su hijo en brazos mientras sale del mar y lo pone a salvo, transmitiéndole tranquilidad y ahuyentando su miedo, depositándolo sobre la arena seca para que sus ropas no se humedezcan.
Como tantas veces hemos leído en los innumerables titulares, la de Ahmad es la imagen del horror de una guerra, del afán de encontrar un sitio en este mundo donde no se sienta miedo, en el que no se oigan el sonido de las bombas ni de los disparos, en que se pueda vivir a salvo de la barbarie y de la sinrazón de unos que para imponer no sé qué creencias, someten a otros mediante las armas y el horror.
Hoy las olas abrazaron a Ahmad y lo mecieron por última vez dejándolo sobre la arena fría de la playa de Bodrum para que los humanos lo encontraran y sintieran la vergüenza de la sinrazón de las guerras las muertes de seres tan indefensos e inocentes como la de este niño.
Al terminar estas líneas iré donde duerme mi hijo y le daré un beso en tu nombre, Ahmad. Descansa ahora en esa paz que en vida te negaron.

J.K.